Entre lineas

En el último de los calabozos, de un castillo apoyado a la mitad de una escarpada cima, en un territorio desolado.
Se encuentra vigilante un dragón, más bien encerrado se encuentra aquel dragón, pero encerrado por propia voluntad en el último de los niveles de un Palacio casi en ruinas. Palacio que el dragón otrora protegiera, castillo que alguna vez el dragón amo y llamo hogar.

Es una misión suicida llegar hasta este dragón, se necesita de una convicción como ninguna para no recibir como saludo una flama o un empellón. Muchos creen que él esta muerto o con gracia divina dormido, invernando.

Vive de admirar su preciado cofre, respira fuerte cuando el frío arrecia, solo para no enfriar su tesoro inviolable. Lo escudriña cada mañana, temprano; lo apresa con cuidado entre sus manos, perdón, entre sus garras, cuando el día acaba; lo revive con luz de luna y aunque nunca pueda escapar de este encierro, existe como nadie ha existido, enmudece con el resplandor opalescente del zafiro que engarza el pestillo del pequeño cajoncito. Y nunca, nunca lo deja desprotegido.

Volar es ya solo un sueño porque el dragón las alas ha perdido, no se queja de eso, ni siquiera frunce el seño. Se alimenta de sus propios delirios, crea para si mismo miles de universos. Y a sabiendas que son solo un sueño los disfruta el cien por ciento.

Este es el DRAGÓN que cuidaba el CASTILLO que ahora vive en el único CALABOZO.